Sonó la alarma, el cansancio acumulado ya se empezaba a notar, pero la emoción por pasar otro día con ellos era mi fuente de energía y motivación. Bajamos al comedor, Abu Ahmad, el cocinero, ya había extendido los manteles encima de las alfombras en el suelo. Mientras colocábamos el desayuno, shekh Adnan me preguntó si había leído las noticias. Apenas teníamos conexión a Internet ni tiempo para conectarnos y estar al tanto de lo que acontecía en el mundo. Quedé completamente petrificada cuando me dijo que justo aquella madrugada, en torno a las 3:00 h, drones israelíes sobrevolaron y atacaron la base militar palestina de la que nos habían hablado el día anterior y que se localizaba en algún punto cercano de la finca donde nosotros habíamos estado apenas unas horas antes de los ataques. A continuación extraigo unos fragmentos de la noticia:
Earlier on Monday, Israeli drones attacked a Palestinian base in eastern Lebanon near the border with Syria, Lebanon’s state-run National News Agency reported.
Three attacks which came minutes apart struck a base for a Syrian-backed group known as the Popular Front for the Liberation of Palestine – General Command (PFLP-GC), an ally of Hezbollah.
There was no immediate comment from Israel on the attack, which the agency said hit near the Lebanese village of Qusaya in the eastern Bekaa Valley.
Si bien había escuchado bombardeos al otro lado de la frontera un par de días antes y había sentido una profunda frustración e impotencia, esta vez el miedo se sumaba a las otras sensaciones. Todos nos conocemos muy bien la teoría: los ataques indiscriminados contra la población civil son un crimen de guerra. Pero, ¿acaso no se cometen?
En esos momentos, me pregunté cuál es nuestro nivel de empatía. Desde luego no es lo mismo vivirlo que verlo, al igual que no es lo mismo vivirlo que escucharlo o leerlo. Por ello, soy consciente de que las palabras, imágenes y videos son incapaces de transmitir la verdadera realidad, tanto de los buenos momentos que pasamos como las terribles circunstancias que millones de héroes han vivido y continúan viviendo.
Ante la adversidad tienes dos opciones: o hundirte y compadecerte de ti mismo o asumirla y luchar con la esperanza de que llegarán momentos mejores. Esta lección la aprendí de esos valientes, sin que ellos lo supiesen y, probablemente, jamás lo sabrán. En apenas unos minutos, llegarían los niños y no iba a permitir que la noticia me amargase el resto del día.
Pusimos el desayuno y bajamos a recibir a los niños. Tenía la sensación de estar en familia, ya nos conocíamos todos, había suficiente confianza y el ambiente difería mucho de las primeras horas del primer día. En los desayunos hablábamos, nos reíamos e, incluso, algunos aprovechaban para causar revuelo. En fila, nos encaminamos a las clases. Nuestro grupo, el equipo rosa, tenía una marcha peculiar: cual ejército, marchábamos con paso firme. Les dejé en clase y me fui a la clase cuatro.
Recuerdo que esa mañana nos fue difícil mantenerles concentrados porque estaban todos emocionados por la siguiente actividad: la piscina. Tuvieron matemáticas y la primera clase de ciencias, en la que repasaron el ciclo del agua. Después de tres horas de clase, llegó el momento que tanto habían esperado. Nos subimos a los buses y pusimos rumbo a la piscina. Cuando llegamos, nos dividimos: los chicos se fueron a la piscina descubierta y las chicas, a la cubierta. En el interior, había dos piscinas, la grande con bastante profundidad y otra más pequeña en la que todas hacían pie sin problemas. Rápidamente se metieron en los vestuarios y, al salir de ellos, se lanzaron al agua. Era la primera vez que iban a la piscina y ninguna sabía nadar. Algunas monitoras nos metimos con ellas y estuvimos un buen rato con ellas en el agua, haciendo aquagym y enseñándoles a nadar.
Las horas pasaban y ellas no salían de la piscina, sólo lo hacían para volver a tirarse de nuevo. Ni siquiera querían salir a comer. Logramos convencerlas cuando les aseguramos que, después de comer, podrían volver a meterse. Bien equipadas con churros, manguitos y flotadores, algunas decidieron vencer sus miedos y meterse con nosotras en la piscina grande. Escuchábamos a los chicos al otro lado del muro y, de vez en cuando, a Faisal llamándole la atención a alguno por megafonía. Después de cuatro horas en la piscina (de 13h a 17h), llegó el momento de volver al Azhar. No se querían ir y nos costó la vida convencerlas de nuevo.
En el bus, todos comentaban sus hazañas en el agua, cómo era la piscina e, incluso, cómo alguno había aprendido a nadar. Yo me limité a disfrutar mientras les escuchaba hablar ilusionados. En el Azhar les esperaban talleres de apoyo psicosocial y la merienda-cena.
El final del Summer Activities estaba a la vuelta de la esquina. Pero me esforzaba por no pensar en ello y disfrutar del momento. Cuando se marcharon a sus hogares, subí a la habitación, donde me encontré con Kinda. Tenía los ojos rojos y se notaba a leguas que había estado llorando. Supuse que se había emocionado porque ese había sido su último día en el Líbano. Aquella noche viajaba de vuelta a España, mientras el resto del equipo permanecería unos días más explorando los proyectos sobre el terreno. Intentó contenerse, pero las fuertes emociones no se pueden controlar. Me dijo que, al despedirse de los niños, uno se había echado a llorar, diciéndole que la echaría de menos. Allí estábamos las dos, como un par de tontas sentadas encima de la cama moqueando e intentando consolarnos mutuamente.
Aquella noche, en la azotea, los chicos preparaban una barbacoa, mientras nosotras nos encargábamos de la ensalada. Preparamos la mesa entre todos y cenamos. Mientras, conversábamos y compartíamos reflexiones. Recuerdo que Dania me contó cómo Hassan se puso a dar saltos de alegría cuando descubrió que Yousef también es huérfano de ambos padres. Yousef, en un momento determinado del día, comentó que no tenía padres. Hassan se alegró de haber encontrado a alguien que compartía su misma situación y con toda la alegría e inocencia le dijo que sus padres también estaban muertos. A lo que Hassan, con más seriedad, respondió: “mi padre está muerto y mi madre me abandonó”. Dania me comentó que tanto ella como shekh Adnan se quedaron de piedra, sin saber cómo desviar la conversación. Es triste y demoledor ver cómo un niño se alegra por conocer a alguien que ha pasado por lo mismo que él. Es desgarrador ver cómo un niño de nueve años se entristece al recordar que su madre le abandonó y su padre falleció. Nadie tiene el derecho de juzgar a la madre. No sabemos lo que realmente ocurrió. Lo que sí sabemos es que las guerras se han cobrado la vida de millones de personas y han arruinado familias enteras e infancias.
Introducción: Viaje al Líbano ¿Cómo comenzó todo? Leer más »
Capítulo 1: 21/08/2019: Sueño, cansancio y aterrizaje en Beirut Leer más »
Capítulo 2: 22/08/19: Toma de contacto y preparativos Leer más »
Capítulo 3: 23/08/19: campamento 5* y más preparativos Leer más »
Capítulo 4: 24/08/19: El gran día tan esperado Leer más »
Capítulo 5: 25/08/19: Corre, corre caballito Leer más »
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Capítulo 7: 27/08/19: Sentimientos a flor de piel y despedida Leer más »
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