Hace más de dos años, estalló la guerra en Sudán, destruyendo vidas, hogares y futuros.
Desde entonces, millones han sido desplazados, miles asesinados y un sinnúmero de familias se han quedado sin nada.
Entre ellas está Abu Bakr Bano Mohammed Hamed, un agricultor de 43 años de Sharq Al-Bahar.Su historia es una de pérdida inimaginable, pero también de fortaleza, fe y una necesidad urgente de paz.
Nos dejaron sin nada
Abu Bakr, padre de dos hijos, cultivaba 15 acres de tierra, donde sembraba chile, menta y cebolla; era la única fuente de ingresos de su familia. Pero en un instante, le arrebataron todo.
“Nos echaron de nuestra aldea, nos golpearon y nos dijeron que la tierra les pertenecía ahora,” recuerda. “Nos azotaron, robaron nuestros coches, se llevaron nuestras cosechas, incluso el dinero que habíamos ahorrado. Nos dejaron sin nada.”
Sin tiempo para recoger sus pertenencias, Abu Bakr, su esposa y sus hijos se unieron al éxodo de familias desplazadas. El viaje hacia Gedaref, en el este de Sudán —una región ahora desbordada por desplazados— fue una pesadilla.
“Durante dos días no tuvimos comida, ni agua, ni siquiera té,” dice. “Los ancianos fueron los que más sufrieron. Algunos estaban demasiado débiles para moverse. Tuvimos que dejar atrás a los enfermos porque no teníamos cómo transportarlos.”
Los caminos estaban controlados por hombres armados, obligándolos a tomar desvíos peligrosos. En un punto, pasaron por una aldea donde incluso las bombas de agua solares, que antes eran un salvavidas para los viajeros sedientos, habían sido tomadas por combatientes.
“Se lo llevaron todo,” repite Abu Bakr, como si aún intentara comprenderlo. “Incluso las medicinas del hospital. No dejaron nada.”
La muerte de un héroe
La guerra no solo ha desplazado a millones, sino que también ha matado a trabajadores humanitarios, voluntarios y civiles inocentes. Entre ellos estaba Izzeldin Mohamed Juma, un querido miembro de la familia de Islamic Relief.
A sus 49 años, Izzeldin había dedicado toda su vida a servir a los demás. Durante más de 30 años trabajó con Islamic Relief, primero como guardia de seguridad y luego como recepcionista, siempre asegurando el bienestar del personal y de las personas a las que servía.
El 11 de marzo de 2024, hombres armados atacaron y saquearon su casa en Jebel Aulia, Jartum. Izzeldin fue asesinado mientras intentaba proteger a su familia.
Su muerte es una pérdida devastadora, no solo para Islamic Relief, sino para las innumerables personas a las que ayudó durante más de tres décadas de servicio. Es un recordatorio escalofriante del peligro que enfrentan los trabajadores humanitarios y las familias comunes todos los días en Sudán.
“Este es el miedo con el que todos vivimos,” dice Mubarak. “Cada día nos preguntamos si llegaremos a casa. Cada día escuchamos de otro colega, otro amigo, que ha sido asesinado o desplazado. Pero seguimos trabajando porque la gente nos necesita.”
Una nación destrozada
Cuando finalmente llegaron a Gedaref, no los esperaba ningún refugio. Ni ayuda. Solo miles de otras familias desplazadas, todas igual de desesperadas.
“Dormimos bajo los árboles al principio,” cuenta Abu Bakr. “Luego, con la ayuda de algunos miembros de la comunidad, montamos una tienda improvisada.”
La situación sanitaria es crítica. No hay suficientes letrinas. Las enfermedades se propagan rápidamente. La comida escasea.
Aun así, incluso en estas condiciones, los actos de bondad los han mantenido a flote. Muchas personas locales abrieron sus hogares y compartieron lo poco que tenían, ofreciendo refugio y comida a las familias recién llegadas. Islamic Relief fue una de las primeras organizaciones en entregar alimentos: lentejas, arroz, azúcar y aceite de cocina.
“Incluso nos trajeron pan de la panadería,” dice Abu Bakr. “Que Allah los bendiga.”
Pero estos suministros son solo un alivio temporal, no una solución.
“Lo que más necesitamos es seguridad,” enfatiza. “Y una forma de ganarnos la vida nuevamente. Ahora mismo, no tenemos nada.”
Heridas de guerra
La privación física es solo una parte del sufrimiento. El impacto psicológico es aplastante.
“Honestamente, es indescriptible,” dice Abu Bakr cuando se le pregunta por su estado mental. “Estoy muy afectado, no solo por mí, sino por todo Sudán. No creo que alguna vez nos recuperemos de esto.”
Sus hijos, antes despreocupados, ahora están retraídos. Su esposa lucha contra el miedo y el dolor. Lo que más duele es la traición: muchos de los atacantes eran antes vecinos, incluso amigos.
“Comían con nosotros, trabajaban a nuestro lado, y luego se volvieron contra nosotros,” cuenta. “Cuando vinieron a por nuestra aldea, llevaban uniformes de las RSF. Nos apuntaron con armas y dijeron: ‘Esta tierra es nuestra ahora.»
Un llamado por la paz
Cuando se le pregunta qué le diría a la comunidad internacional, la respuesta de Abu Bakr es inmediata:
“Apoyen al pueblo de Sudán. Somos inocentes. Necesitamos paz.”
Años de guerra han traído un sufrimiento inimaginable, pero la atención del mundo ha disminuido. La ayuda humanitaria es insuficiente. Los esfuerzos diplomáticos se han estancado. Mientras tanto, millones de civiles sudaneses —agricultores como Abu Bakr, madres, niños, ancianos— están atrapados en una crisis que no provocaron.
Su sueño para el futuro es simple:
“Que la guerra termine, y que todos podamos regresar a casa sanos y salvos.”
Islamic Relief trabaja en Sudán desde hace 40 años, proporcionando asistencia humanitaria vital, incluyendo higiene, alimentos y apoyo psicológico. Por favor, apoya nuestro trabajo salvavidas donando hoy a nuestra Campaña de Emergencia para Sudán.